En Argentina, a mediados del siglo XX, el término “amorales” circulaba entre las autoridades policiales y la prensa en referencia a un conjunto amplio de sujetos indeseables: homosexuales, en primer lugar, pero también, como explica Omar Acha, “proxenetas, patoteros, violadores y acosadores, entre muchas otras figuras de un bestiario incompatible con el prototipo familiar heterosexista”. No debe sorprender que, en el afán de atraer a potenciales lectorxs, el editor de Los amorales haya elegido esta palabra para titular la publicación. Las crónicas amarillistas de periódicos como Ahora y Así habían familiarizado al público con esa jerga estigmatizante, situada a medio camino entre el tecnicismo de la literatura científica especializada y el lenguaje popular. En efecto, aunque la revista se presentaba como “publicación periódica de temas científicos, literarios e históricos”, el vaivén entre la aspiración a la seriedad y la explotación sensacionalista de temas tabú resulta manifiesto en cada uno de los números. Ese mismo ir y venir entre la “ciencia” y el “espectáculo” favorece cierta ambigüedad en el tratamiento de las disidencias sexo-genéricas –el tema estrella de la revista– de modo tal que en sus páginas coexisten discursos patologizantes con otros mucho más flexibles e incluso potencialmente subversivos. Así se explicaría, también, que Los amorales dejara de publicarse de forma abrupta en 1958, después de 9 números: por muy científica que se reivindicara, y aunque muchos de sus artículos fuesen nítidamente homofóbicos, el despliegue espectacular de las perversiones podía llegar a ser inquietante, como vio con claridad el ojo censor de la época.
En Argentina, a mediados del siglo XX, el término “amorales” circulaba entre las autoridades policiales y la prensa en referencia a un conjunto amplio de sujetos indeseables: homosexuales, en primer lugar, pero también, como explica Omar Acha, “proxenetas, patoteros, violadores y acosadores, entre muchas otras figuras de un bestiario incompatible con el prototipo familiar heterosexista”. No debe sorprender que, en el afán de atraer a potenciales lectorxs, el editor de Los amorales haya elegido esta palabra para titular la publicación. Las crónicas amarillistas de periódicos como Ahora y Así habían familiarizado al público con esa jerga estigmatizante, situada a medio camino entre el tecnicismo de la literatura científica especializada y el lenguaje popular. En efecto, aunque la revista se presentaba como “publicación periódica de temas científicos, literarios e históricos”, el vaivén entre la aspiración a la seriedad y la explotación sensacionalista de temas tabú resulta manifiesto en cada uno de los números. Ese mismo ir y venir entre la “ciencia” y el “espectáculo” favorece cierta ambigüedad en el tratamiento de las disidencias sexo-genéricas –el tema estrella de la revista– de modo tal que en sus páginas coexisten discursos patologizantes con otros mucho más flexibles e incluso potencialmente subversivos. Así se explicaría, también, que Los amorales dejara de publicarse de forma abrupta en 1958, después de 9 números: por muy científica que se reivindicara, y aunque muchos de sus artículos fuesen nítidamente homofóbicos, el despliegue espectacular de las perversiones podía llegar a ser inquietante, como vio con claridad el ojo censor de la época.
En Argentina, a mediados del siglo XX, el término “amorales” circulaba entre las autoridades policiales y la prensa en referencia a un conjunto amplio de sujetos indeseables: homosexuales, en primer lugar, pero también, como explica Omar Acha, “proxenetas, patoteros, violadores y acosadores, entre muchas otras figuras de un bestiario incompatible con el prototipo familiar heterosexista”. No debe sorprender que, en el afán de atraer a potenciales lectorxs, el editor de Los amorales haya elegido esta palabra para titular la publicación. Las crónicas amarillistas de periódicos como Ahora y Así habían familiarizado al público con esa jerga estigmatizante, situada a medio camino entre el tecnicismo de la literatura científica especializada y el lenguaje popular. En efecto, aunque la revista se presentaba como “publicación periódica de temas científicos, literarios e históricos”, el vaivén entre la aspiración a la seriedad y la explotación sensacionalista de temas tabú resulta manifiesto en cada uno de los números. Ese mismo ir y venir entre la “ciencia” y el “espectáculo” favorece cierta ambigüedad en el tratamiento de las disidencias sexo-genéricas –el tema estrella de la revista– de modo tal que en sus páginas coexisten discursos patologizantes con otros mucho más flexibles e incluso potencialmente subversivos. Así se explicaría, también, que Los amorales dejara de publicarse de forma abrupta en 1958, después de 9 números: por muy científica que se reivindicara, y aunque muchos de sus artículos fuesen nítidamente homofóbicos, el despliegue espectacular de las perversiones podía llegar a ser inquietante, como vio con claridad el ojo censor de la época.
En Argentina, a mediados del siglo XX, el término “amorales” circulaba entre las autoridades policiales y la prensa en referencia a un conjunto amplio de sujetos indeseables: homosexuales, en primer lugar, pero también, como explica Omar Acha, “proxenetas, patoteros, violadores y acosadores, entre muchas otras figuras de un bestiario incompatible con el prototipo familiar heterosexista”. No debe sorprender que, en el afán de atraer a potenciales lectorxs, el editor de Los amorales haya elegido esta palabra para titular la publicación. Las crónicas amarillistas de periódicos como Ahora y Así habían familiarizado al público con esa jerga estigmatizante, situada a medio camino entre el tecnicismo de la literatura científica especializada y el lenguaje popular. En efecto, aunque la revista se presentaba como “publicación periódica de temas científicos, literarios e históricos”, el vaivén entre la aspiración a la seriedad y la explotación sensacionalista de temas tabú resulta manifiesto en cada uno de los números. Ese mismo ir y venir entre la “ciencia” y el “espectáculo” favorece cierta ambigüedad en el tratamiento de las disidencias sexo-genéricas –el tema estrella de la revista– de modo tal que en sus páginas coexisten discursos patologizantes con otros mucho más flexibles e incluso potencialmente subversivos. Así se explicaría, también, que Los amorales dejara de publicarse de forma abrupta en 1958, después de 9 números: por muy científica que se reivindicara, y aunque muchos de sus artículos fuesen nítidamente homofóbicos, el despliegue espectacular de las perversiones podía llegar a ser inquietante, como vio con claridad el ojo censor de la época.
En Argentina, a mediados del siglo XX, el término “amorales” circulaba entre las autoridades policiales y la prensa en referencia a un conjunto amplio de sujetos indeseables: homosexuales, en primer lugar, pero también, como explica Omar Acha, “proxenetas, patoteros, violadores y acosadores, entre muchas otras figuras de un bestiario incompatible con el prototipo familiar heterosexista”. No debe sorprender que, en el afán de atraer a potenciales lectorxs, el editor de Los amorales haya elegido esta palabra para titular la publicación. Las crónicas amarillistas de periódicos como Ahora y Así habían familiarizado al público con esa jerga estigmatizante, situada a medio camino entre el tecnicismo de la literatura científica especializada y el lenguaje popular. En efecto, aunque la revista se presentaba como “publicación periódica de temas científicos, literarios e históricos”, el vaivén entre la aspiración a la seriedad y la explotación sensacionalista de temas tabú resulta manifiesto en cada uno de los números. Ese mismo ir y venir entre la “ciencia” y el “espectáculo” favorece cierta ambigüedad en el tratamiento de las disidencias sexo-genéricas –el tema estrella de la revista– de modo tal que en sus páginas coexisten discursos patologizantes con otros mucho más flexibles e incluso potencialmente subversivos. Así se explicaría, también, que Los amorales dejara de publicarse de forma abrupta en 1958, después de 9 números: por muy científica que se reivindicara, y aunque muchos de sus artículos fuesen nítidamente homofóbicos, el despliegue espectacular de las perversiones podía llegar a ser inquietante, como vio con claridad el ojo censor de la época.
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